La paleta de colores dice mucho acerca de este país. La diferencia respecto del mío es enorme y pese a que no suelo hacer diferencias fronterizas en este caso es algo especial. En realidad, supongo que en todos los casos lo es, pero este es uno de los que a mí me ha tocado vivir así que voy a tratar de relatarlo. Trato de ir tocando todo lo que me sale al paso, dejando que mi olfato me diga como se llaman las cosas. En el idioma que sea. No son pues los ojos mi principal referencia aquí pese a haber empezado hablando de colores. Son el olfato y el tacto, grandes vilipendiados de la percepción, los que me dicen más cosas acerca de como funcionan aquí las cosas. El oído, por su parte, hace su trabajo harto complicado dada la dificultad que supone, a priori, la barrera del idioma. Unos lo hacen más deprisa, otros más alto, otros simplemente no lo hacen y, los más afortunados, mueven las manos, guiñan un ojo, hacen algún que otro aspaviento y, de camino, puede que te suelten un abrazo para hacerse entender. He tratado de explicar, more or less, que necesito darle un abrazo a la gente si esta quiere que pueda empalizar con ellos. El contacto entre las personas es más que importante y, en estos días de primeras impresiones continuas, son esos achuchones los que me hacen ver si sí o si no.
Lo grisaceo –
Como decía, la escala de colores de este país es realmente asombrosa y triste a partes iguales. Los que sabéis de fotografía me entenderéis cuando os digo que la mayoría de fotogramas que son capaces de captar mis ojos tienen una saturación muy por debajo de lo normal. El rango dinámico es pequeño y la vivacidad de las cosas en las cuales estoy embebido son inocuas y raras. Es como si la mayoría de la gente tratase de quedarse muy quieta, muy muy quieta, para poder de desaparecer. Con todo y eso no lo consiguen. Polite, así lo llaman. Lo políticamente correcto, el aspecto remilgado, pijo y ese tono de voz tan Rottenmeyer hay veces que me asustan. Es como si algunas de las personas que estoy conociendo estuviesen representando un papel, como si tuviesen la necesidad de mostrarse de una manera que les han enseñado, muy a modo de ese rebaño que estoy harto de que salga a la palestra en casi todo lo que escribo pero que, aquí más que en ningún otro lugar en el cual haya estado, se hace notar.
Lo estéreo –
Tratad de imaginar un largo pasillo, como de unos veinte o treinta metros, con puertas y ventanas a los lados. Muchas. Pues así, tal y como estáis imaginando, es como es este lugar. West Homes. En la parte superior de un hospital enorme, realmente grande, vivimos doce jóvenes personas de diferentes edades. Algunos con más cosas en común que otros. Y es donde aparece la palabra idioma. Tema que ya me apasionaba en su momento pero que ahora cobra mucho más sentido ya que hay veces que no tengo todas las palabras adecuadas para decir lo que quiero decir. Y uso gestos, trato de definir conceptos a partir de otros más sencillos para los cuales si tengo las herramientas necesarias. Ayer, por ejemplo, salió el tema del optimismo aderezado con la definición de el concepto en sí mismo, de la propia fe en el tipo de Dios que cada uno tiene para sí mismo y de, como no, la desconceptualización de todo este tipo de cosas. Y se pueden decir un montón de cosas a base de infinitivos y gerundios pero a veces uno se frustra, en el buen sentido de la palabra, a la hora de tratar de contar a alguien un pensamiento o algo por el estilo. Y luego, para colmo, vuelves a hablar tu idioma (por lo que sea) y hablas como si fuera inglés, esto es, con infinitivos. La comunicación se minimaliza, los conceptos se simplifican y las cebollas aparecen para explicar todo este tipo de cosas pues estas sirven, metafóricamente hablando, como perfecto ejemplo de capas y simplificaciones varias. El núcleo de la cebolla son los sentimientos y quizás, y sólo quizás, el resto de capas empiezan a utilizar el lenguaje, las palabras, los verbos y demás herramientas como algo necesario porque no se puede explicar un concepto sin palabras. No al menos en un contexto como este. La homogeneidad de los idiomas, las pronunciaciones, el acento y demás cobran un sentido vital. Y me enseñan italiano. Y francés. Y alemán. Y galés, que es como élfico. El batiburrillo léxico-semántico roza lo absurdo, es gracioso y difícil, eso también, pero te mantiene concentrado, atento, con todos los sentidos alerta. Y miras las bocas, y la acentuación de los mofletes. Es algo que todo el mundo debería probar alguna vez en su vida.
Lo congelado –
Y es así porque aquí hace un frío al que no estaba acostumbrado. Seco, con viento, sin luz y permanente. Y tiro de radiador para acercarme a lo que conozco pero joder, no dura demasiado, porqué no reconocerlo. Además me ha dado por coger todo aquello que me encuentro y ver como está hecho. Bueno, esto es algo que ya hacía pero aquí mucho más, no se. Es difícil de explicar pero la mayoría de las cosas me parecen nuevas, es otro tipo de sociedad y aunque en la misma Europa que yo hacen las cosas diferentes. Y no hablo sólo de la moneda o el conducir del revés, no. Hablo de como venden la leche, de las colas en los supermercados, de los tickets del autobús y de un montón de cosas más.
Lo que huele y lo que no –
Y es que este es otro punto a destacar. Pasas por una calle y huele realmente raro y quizás para esta gente sea lo normal pero para mí son olores extraños. En realidad son mezclas de olores porque no puedes notar uno solo. O eso quiero creer, si una cosa huele así no quiero saber lo que es. El café es una mierda. Una puta y jodida mierda. El más caro de los solubles llamando ‘Intense’ es mil veces mejor. Creo que os podéis hacer una idea. Toda la leche parece desnatada, incluida la entera obviously. La carne es como para suicidarse. Y el jamón york, joder con el jamón york… Bebeos una botella de southern confort a las dos de la mañana, ios a acostar a las 7, levantaos a las 3 de la tarde y no bebáis gota de agua en este proceso. Podéis también chupar el asfalto y comeos dos polvorones. Tal y como quede vuestra lengua así es como es el jamón york aquí. Una jodida locura.
Lo que sabe y lo que no –
Y al párrafo anterior me remito. Gusto y olfato suelen ir de la mano y aquí no es de otra manera. El café sabe a agua. La leche sabe a agua. La fruta sabe a agua. El agua, para no desentonar, sabe a agua. Qué cosas!
Me esperan semanas de ajetreo. Os voy contando.