Cabe decir que ahora mismo estoy escribiendo desde el salón de mi casa. Y desde la cama, desde ahí también. Y sí, desde los dos sitios a la vez. Después de un día kilométrico en el que he terminado los últimos detalles con eso que llaman ‘paro’ he ido a comer pulpo a la gallega acompañado, como debe ser, de un buen albariño. Ha durado poco. Tanto Víctor (Kuku para los amigos) como yo dimos buena cuenta de él antes de ponernos manos a la obra, literalmente. He pintado la habitación y ahora, tras dos años de negro y rojo, ha vuelto a la normalidad. Al blanco neutro. Son como las 23:50 ahora mismo y quedan poco más de 5 días para que salga hacia Wales. Juventud en acción, así lo llaman. Y aunque así es para mí son muchas cosas más.
Hará alrededor de un año y conforme pasaba el tiempo me dí cuenta que eso de la informática, aún sin poder quejarme demasiado, no era algo que me terminase de llenar. Necesitaba más movimiento, trabajar de pie y, sobre todo, con personas; requisito imprescindible que le pongo a la vida desde entonces: rodearme tanto como pueda de personas. De aprender de ellas y dar lo mejor que pueda de mí. Siempre ha sido así pero fue el ámbito laboral el que me hizo darme cuenta que si quería ser completamente feliz tenía que hacer algo con mi tiempo en el que esa inquietud estuviese presente. Apareció, como de repente, la palabra voluntariado. Dos sesiones de información y un año después todo ha salido (o está saliendo) tal y como había planeado. Tal que un 19 de Enero como ahora mismo pero en 2010 acudí a informarme sobre todo este tinglado cooperacional, a ver qué se cocía. Calculé que si mandaba todo a la mierda y me enfrascaba en todo este lío debería tener unos meses de prestación por desempleo. La fecha se alejaba hasta hoy más o menos. Un año me dije. Y aquí estoy, 365 después contando que, y a base de pensar que todo va a salir bien, efectivamente las cosas han y están saliendo bien. Que dure.
Sigo.
El plan, bien pensado, era el siguiente. Trabajar mientras pudiese de programador informático y buscar un proyecto que aunase de alguna manera las inquietudes sociales y psicológicas que, casi sin querer, he ido desarrollando. Así, y como rezaba hace un párrafo, me marcho a Wales, a un hospital psiquiátrico y una residencia de día en funciones de integrador social. La experiencia, como mínimo, se antoja curiosa.
«Ya que has abierto el melón, no pares» – Mi padre
Todo esto dura, de momento, seis meses pero, como bien dice mi padre, pretendo no parar. Es el momento de viajar, de conocer mundo. No dependo de nadie y nadie depende de mí. Lo haré.
Por otro lado una de las muchas cosas que me da energía de todo esto es la salida de esa rueda gigante del pagar y consumir. Es decir, aunque esto estrictamente literal es imposible, he conseguido, casi sin darme cuenta, cambiar de ciudad, de idioma, dejar de pagar piso, gasolina, vender el coche, tener un trabajo que desempeñar, un techo para dormir, gente nueva para conocer, tiempo para desarrollar aún más la fotografía y nada que pagar a ningún banco. Me he salido, de momento, de eso que llaman capitalismo. Estoy de puta madre… qué cojones, muy de puta madre.
Para colmo estoy recibiendo antes de irme el cariño de mucha gente que mola mucho y que me importa. Cierta personajilla me dijo la semana pasada que una de mis cosas buenas es mi capacidad de introspección. Como me sonó tan bien, y aunque me hacía una muy buena idea de lo que significaba, acudí a la wikipedia, a ver qué decía. Y cito:
«La introspección o inspección interna es el conocimiento que el sujeto tiene de sus propios estados mentales. Así mismo es la condición previa para conseguir la interrupción del automatismo de la indignación y hacer una nueva valoración.»
Ahora casi me gusta más. Total, que, y como bien dice la cita, tras mucho pensar sobre lo que me viene mejor ha llegado el momento de hacerlo. Ahora el plan es no dejar de hacer planes. No tiene pérdida.